
Los detractores de los Lunes

“Los detractores de los lunes” sostienen que “M” –niño de apenas unos diez años– apareció desnudo y a la carrera en las inmediaciones de la laguna de Melincué (provincia de Santa Fé, República Argentina), sin que nadie supiera entonces su procedencia ni quién era.
La llamativa aparición, tras detenerse en la orilla y vislumbrar el atardecer otoñal reflejado en las aguas mansas y entre las ruinas del viejo hotel abandonado en el centro mismo de la laguna, para el asombro de los testigos, se arrojó sin dudarlo y dirigió sus inexpertas brazadas hacia él. Tras un largo esfuerzo –única hazaña deportiva que se le conoce hasta la fecha- logró hacer pié en alguna piedra, a las puertas de las ruinas y luego de reposar un instante, se adentró en ellas. Transcurrido unos minutos, algunos sonoros derrumbes y unos pocos aunque exaltados improperios, la figura infantil apareció en la cima del edificio, en los últimos vestigios de la terraza y fue desde ahí, con el sol mortecino a sus espaldas, cuando lanzó su queja cósmica, alzando un puño hacia la concurrencia: “Yo no he nacido, a mí me nacieron… he ahí el inconveniente.” En ese instante algunos de los testigos aseguran haberse preguntado si una figura tan enjuta e infantil ya podría haber tenido la desdicha de haber leído a Cioran, incógnita que aún no ha sido resuelta.
Lo cierto es que la discusión entre los concurrentes pronto encendió los ánimos, la admiración y las sospechas. Unos veían en tal revelación, espetada en medio de un paisaje tan hermosamente crepuscular, toda una afrenta a los comienzos. Otros por su parte, sin importar las evidencias, pusieron en duda la posibilidad de aquella existencia involuntaria y hasta sus propios sentidos. Algunos, una minoría de prácticos indolentes, permanecieron impertérritos y comenzaron a encender una fogata antes de que la noche cayera sobre ellos. Cuando lograron hacerlo, y la figura infantil era apenas una sombra vituperando aún desde lo alto del viejo edificio, no muy lejos del fuego se detuvo una pickup de vidrios oscuros. De ella salieron cuatro mujeres con aspecto de abuelas italianas, acompañadas de un niño semejante a “M” pero de tez clara y cabellos rubios. Con gran destreza los recién llegados desengancharon un bote neumático que estaba sujeto a la pickup, lo arrastraron hasta las aguas y sin dilaciones pusieron proa hacia la vieja mole en ruinas.
La escena finalmente se resolvió de manera expeditiva. El bote llegó al fin a la isla, las mujeres y el niño descendieron sin esfuerzo. Se sucedieron algunas carreras entre los vestigios del edificio y un entrecruce de peculiares insultos. Luego, hubo silencio. Silencio de animales en movimiento entre las ruinas. Silencio de fuego en la orilla. Las discusiones que se habían encarnecido entre los testigos quedaron suspendidas y expectantes. El bote neumático atravesó la laguna de regreso, se arrastró sobre las piedras de la orilla y pronto ya estaba enganchado a la pickup. Las mujeres cubrieron con una manta a “M” mientras este farfullaba mirando a los iluminados por el fuego. Luego el reducido grupo subió en silencio a la cabina en la que esperaba un hombre calvo y de bigote, presuroso por partir. Cuando el vehículo se puso en marcha los primeros disidentes no dudaron en saltar al bote y esconderse en él con la firme convicción de seguir a “M” y descubrir su destino. Esta fue la primera escisión de “los detractores de los lunes” que prefirieron permanecer al amparo del fuego y la anoche. Los entusiastas en fuga pronto se auto-percibirían como “Los eruditos del sábado inglés” y serian ellos mismos los que muchos años después de aquel comienzo, confesarían que “M” sin duda había nacido de mal genio, cosa que siempre fue harto evidente a lo largo de toda su obra artística y humana.