Nota a las cinco de la mañana (1)
Con un absurdo sentimiento de inmovilidad me desplazo por la casa, un continente erguido y vacío que sucumbe a la deriva de la costumbre. La cama se aleja y pierde en la oscuridad, e ir enfundándose en la cotidianeidad es una tarea sorda que comienza sobre el asa de la cafetera o a la orilla de un pan viejo.
El pasado es un instante de credulidad –pienso, mientras la llama azul se alza desde una chispa- y no está mal comenzar la jornada con un poco de fe en algo y pantuflas azules en invierno.
El entusiasmo de la somnolencia remite y la alegría no está en lo escrito, sino en el escribir.
…
Ahora vendrán el día y los hombres, mientras, yo pensaré en el pan, un pan viejo y duro como celebración de lo venidero, como gesto de una saciedad precaria –como toda saciedad– y agradecido a la niebla que hace misteriosa la huida de la noche.